Por tu afán de demostrar que eres un chico duro, verte llorar se me hacía raro. La rabia mal contenida rebosaba por tu boca cuando repetías, irónico, las palabras que tu madre pronunciaba, disgustada, desde el otro lado del teléfono: "la vida está llena de sinsabores y hay que saber llevarlos", te decía. No quería que dejases el instituto, que echases todo por la borda otra vez. Y, mientras tú decías "sinsabores", las lágrimas, enormes como bolsas de agua redondas y transparentes, rodaban por tus mejillas casi sin tocarlas e iban a explotar a aquella mesa de despacho, justo al lado del teléfono. Te daba igual qué ibas a hacer a partir de entonces. "El perro, sí, ¡el perro!", le decías a tu madre, y las letras se agolpaban en la punta de tu lengua, empujadas por una rabia de origen desconocido. Decías, para el asombro de todos, que si era necesario te ganarías la vida robando, y acto seguido secabas el charquito de la mesa con la manga de tu chaqueta de chico duro. Y, por ese afán tuyo de demostrar (de demostrarte) que eres eso,un chico duro, verte llorar se me hacía raro.
Lamento profundamente que seas tú el único que no oye tus gritos de socorro. Lamento no haber sabido, no haber podido, ayudarte a descubrir lo maravilloso que es confiar en los demás, y que los demás confíen en ti. En clase te echaremos de menos.