La cuestión es no estar satisfechos nunca. Si nos hacen demasiado caso, nos agobian y huímos; si nos hacen caso omiso, nos preguntamos por qué, les perseguimos y los que huyen entonces son ellos. Y así van pasando las semanas, los meses, ¿los años? -¡qué horror!- jugando al perro y el gato. Empiezo a estar un poco harta de la situación. Y del monólogo interior que provoca: que si ahora no voy a pensar en nadie, que si me pienso dedicar a mí misma y ya está, que si soy tan independiente que no necesito nada de eso... Pero, ¿hay alguien que se lo crea? ¿Queda algún iluso que crea que está al margen de todo este torrente sentimental que nos arrastra y no nos ahoga de milagro? Por mucho que nos empeñemos en decir, gritar y repetirnos a nosotros mismos y sobre todo a los demás que no buscamos nada, pero nada de nada, la realidad es bien distinta. Claro que buscamos... Es más, rebuscamos y removemos en los montones varoniles que, como en el mercadillo, se ofrecen en discotecas, pubs y otros lugares de ocio, con el objetivo y la ilusión quinceañera de encontrar la pieza perfecta. Pero mucha rana viscosa y asquerosa y poco príncipe. Y, la verdad, pocas ganas de besuquear anfibios para ver si se produce la metamorfosis del cuento.
viernes, 29 de febrero de 2008
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