...Y, entonces, paras el coche en mi puerta, nos miramos y nos despedimos con un beso, previa promesa de hacerme una perdida nada más llegar. Entro en casa y dejo la maleta encima de la cama (un fin de semana fantástico, me digo) y, cuando me quito la ropa para ponerme el pijama, noto tu olor como si estuvieras aún. Sonrío, pensativa.
Tumbada en la cama, reflexiono sobre el perpetuo asombro de descubrirme a mí misma en ti en tantas ocasiones y la sensación de que entre tú y yo está todo hablado sin articular palabra alguna. No puede ser casual. Si es siempre, no. Y me enorgullezco de que seas tú, y mil veces más del hecho de saber que lo eres. Y me emociono. Por las cosas que queremos que vengan. Por las cosas que están por venir. Y me asalta el deseo de comerte de ayer por la noche en aquel pub en el que nos sobraba todo: las copas, la gente y la ropa. Y vuelvo a sonreír.
Cierro los ojos para buscar a oscuras los restos de tu olor en mí. Siento la necesidad, y digo necesidad en sentido estricto, de estar contigo siempre. Malditas inmobiliarias, pienso al momento. Y, mientras reniego un poco, siento un agradecimiento infinito a la vida por el regalo que nos hace cada día al estar juntos. Me vuelvo a emocionar. Siento en lo más profundo de mi ser que quiero hacerlo todo contigo... Pienso en lo genial que eres... Y vuelvo a sonreír...
No hay comentarios:
Publicar un comentario