Mientras los días de verano giran tras las esquinas del tiempo, no te diré que hoy no te eche de menos. La única certeza, la fugacidad eterna de lo que verdaderamente importa (el fluir de nuestras horas que parecían muertas, el escaparse de tu risa evaporándose con el sudor que desprenden los cuerpos después de amarse...). Podría pensar en tardes como hoy que no volveré a sentir esa entrega gratuita, el regalarse a sí mismo por el placer de hacerlo, pero contigo aprendí que no es cierto. Como el Ave Fénix, el ser humano renace de sus cenizas y, más allá de abandonar, ama, ama, ama y es capaz de volver a amar (de volver a ser amado) contra todo pronóstico, incluso contra su propia voluntad.
Lejos ya de querer oír tu voz, agudizo mis sentidos para oír otras voces que me despierten algún interés. Otras palabras, otros susurros, otros gemidos... Mi nombre pronunciado por otros labios (otros que no sean ya los tuyos) parece un nombre distinto, como recién estrenado. Y el aire huele a ropa limpia. El aire frío. Frío como la noche.
1 comentario:
Precioso. Creo que llega un punto en que ya nada es gratuito, al menos dentro de las relaciones humanas.
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