
Nuestros recuerdos de ciudades descubiertas, de tardes revueltas y ausencias asumidas también se desprenden y caen, casi sin oponer resistencia (¿para qué, si así estaba escrito?). Y el viento, leve pero denso, provoca que los transeúntes se abrochen las chaquetas y se metan las manos en los bolsillos, encogiendo los hombros, mientras lo mezcla todo formando remolinos de melancolía exasperante que acaban siendo tornados de angustia existencial. Por el suelo, añicos de poemas rotos, astillas de recuerdos mutilados y las hojas; todo por el suelo, desordenado, removido por el viento...
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