lunes, 26 de noviembre de 2007

CARTA AL SR CASICONOCIDO

Querido señor Casiconocido,

Le escribo esta carta para confesarle mi voluntad de reanudar, si usted da su consentimiento, esa relación -relación en tanto que interacción interpersonal- que tantas y tantas veces usted y yo hemos cerrado, abierto, enterrado y puesto en pausa para reabrir después. ¿Los motivos? Las terceras -y cuartas- personas, los malos -y peores- momentos, los miedos, las inseguridades.


Lejos ya de autoimposiciones aparentemente racionales que rocen la locura, me dispongo a afrontar los estragos que su persona pueda ocasionar en mi humilde vida llenándola de inestabilidades o incertezas que, obviamente, estoy dispuesta a asumir, no sin apuntar el relevante dato de que toda paciencia humana tiene sus límites, incluso la mía.


Sin más preámbulos, le hago partícipe, señor mío, de mi aspiración a compartir con usted algo más que noches de sexo improvisado: animadas charlas sobre temas graves y sobre temas triviales, películas subtituladas, alguna que otra carcajada que no atente, por supuesto, contra las reglas del decoro y paseos comiendo castañas asadas bajo las luces navideñas , sin olvidar , claro está, la ingestión de algún que otro té con menta.


El objeto de todo ello no es otro que el de ahondar, si usted lo considera oportuno, en el conocimiento de su persona con el afán de descubrir las afinidades y/o diferencias que puedan existir entre usted y yo, y perdone la osadía de mis palabras. De este modo, en un plazo de tiempo sin concretar pero con la salvedad de que no sería alargado innecesariamente, podría llamarle al fin señor Conocido (tal vez me atreviera incluso a usar su nombre de pila si no le pareciese inapropiado), y estaría, gracias a usted, en disposición de decidir si seguir esta relación -relación en tanto que interacción interpersonal- o, por el contrario, zanjarla, pero esta vez con un conocimiento suficiente de usted que me permitiese la sensación de total tranquilidad al saber qué me estaría perdiendo exactamente al cerrar definitivamente la puerta que nos comunica.


Sin más pretensiones, le insto a reflexionar sobre lo expuesto anteriormente, ¡oh, señor Casiconocido! en aras de la consecución de una relación -en tanto que interacción interpersonal, claro- favorecedora para ambas partes. Finalmente, concluyo mi carta, señor, rindiéndome a sus pies gratamente y recordando la idea de que toda paciencia humana tiene un límite, incluso la mía. Aprovecho la ocasión para agradecerle de antemano el tiempo dedicado a la lectura de estas líneas.


Siempre suya,


Laura


PD: Espero recibir las noticias de usted en breve; no dude que las esperaré impaciente, señor.

domingo, 25 de noviembre de 2007

MALITO... Y DE BAJÓN

Tengo que confesar que ha sido la primera vez que te he visto llorar por alguien que no soy yo y, desde fuera, he sentido la impotencia de no poder consolarte, de saber que esta vez no está en mi mano recomponer tus trozos esparcidos diciéndote que te quiero (¿aún te quiero?) y que siempre lo voy a hacer. Te hubiera llenado la cara de besos (la barbilla, la frente, los ojos). Te hubiese acariciado hasta quedarte dormido, con sólo un dedo, como antes. Te habría secado las lágrimas con el pañuelo de mis manos. Y quizás después hubiese implorado las sobras del cariño que ahora regalas a otra persona, estática frente a ti, con la mirada baja y la ilusión más aún. Pero, ¿qué sentido tendría haberlo hecho?

miércoles, 14 de noviembre de 2007

DEPREDACIÓN

Depredación.
Instinto animal.
Te comería
para poseerte;
también
para destruirte.
Te mordería
hasta arrancarte
un trozo
de voluntad,
un pedazo
de alma
con que poder
saciar
mis ganas
- aunque insaciables-
de ti,
ésas
que ni siquera tú
eres capaz
de aplacar.
Depredación.
Instinto animal.
Comerte...
para poseerte;
comerte...
para destruirte...

jueves, 8 de noviembre de 2007

BUCEARSE

Se sentó en la escalera y, abrazándose las rodillas, cerró los ojos, intentándose imaginar a sí mismo por dentro. ¿Cómo conocer, cómo reconocer, pensó, algo tan complejo como el lugar que le correspondería en el mundo (ése que sólo le pertenecía a él, que le estaba destinado) si ni siquiera era capaz de conocerse, de reconocerse a sí mismo? Cayó en la cuenta de que el ser humano debería tener otro par de ojos que le permitieran verse por dentro y, al cabo de poco tiempo de estar en la misma postura, empezó a notar un cosquilleo por sus extremidades inferiores: el autoabrazo impedía que la sangre circulara libremente y sin obstáculos por la autopista venérea. Se imaginó por dentro con los ojos cerrados, intentando aislarse del mundo exterior, pero sólo lograba intuir sus propios huesos, sus músculos, sus nervios. Quizás debiera aislarse más. Se tapó los oídos, por intentar cortar más lazos con el mundo. Ahora el mundo ya no le interesaba, y mucho menos el lugar que se le había destinado en él. Se estaba buscando, pero aún no sabía que se iba a encontrar. Intentó no oler, no notar el tacto de nada, no degustar ni el sabor de su propia saliva. Intentó separarse de lo sensorial, abstraerse hacia dentro, hacia el origen del ser, para ver cómo era él realmente, cómo sentía, igual que si estuviese aún dentro del vientre de la madre que tanto añoraba. De repente, empezó a vivir, a vivirse. Fue entonces cuando olió el rojo de la sangre, vio la viscosidad de las vísceras, escuchó la elasticidad de los cartílagos, saboreó el calor de lo profundo, acarició sus propios latidos. Y fue entonces cuando sintió miedo al pensar que quizás nunca más regresaría al mundo que minutos antes tanto le angustiaba.