Le escribo esta carta para confesarle mi voluntad de reanudar, si usted da su consentimiento, esa relación -relación en tanto que interacción interpersonal- que tantas y tantas veces usted y yo hemos cerrado, abierto, enterrado y puesto en pausa para reabrir después. ¿Los motivos? Las terceras -y cuartas- personas, los malos -y peores- momentos, los miedos, las inseguridades.
Lejos ya de autoimposiciones aparentemente racionales que rocen la locura, me dispongo a afrontar los estragos que su persona pueda ocasionar en mi humilde vida llenándola de inestabilidades o incertezas que, obviamente, estoy dispuesta a asumir, no sin apuntar el relevante dato de que toda paciencia humana tiene sus límites, incluso la mía.
Sin más preámbulos, le hago partícipe, señor mío, de mi aspiración a compartir con usted algo más que noches de sexo improvisado: animadas charlas sobre temas graves y sobre temas triviales, películas subtituladas, alguna que otra carcajada que no atente, por supuesto, contra las reglas del decoro y paseos comiendo castañas asadas bajo las luces navideñas , sin olvidar , claro está, la ingestión de algún que otro té con menta.
El objeto de todo ello no es otro que el de ahondar, si usted lo considera oportuno, en el conocimiento de su persona con el afán de descubrir las afinidades y/o diferencias que puedan existir entre usted y yo, y perdone la osadía de mis palabras. De este modo, en un plazo de tiempo sin concretar pero con la salvedad de que no sería alargado innecesariamente, podría llamarle al fin señor Conocido (tal vez me atreviera incluso a usar su nombre de pila si no le pareciese inapropiado), y estaría, gracias a usted, en disposición de decidir si seguir esta relación -relación en tanto que interacción interpersonal- o, por el contrario, zanjarla, pero esta vez con un conocimiento suficiente de usted que me permitiese la sensación de total tranquilidad al saber qué me estaría perdiendo exactamente al cerrar definitivamente la puerta que nos comunica.
Sin más pretensiones, le insto a reflexionar sobre lo expuesto anteriormente, ¡oh, señor Casiconocido! en aras de la consecución de una relación -en tanto que interacción interpersonal, claro- favorecedora para ambas partes. Finalmente, concluyo mi carta, señor, rindiéndome a sus pies gratamente y recordando la idea de que toda paciencia humana tiene un límite, incluso la mía. Aprovecho la ocasión para agradecerle de antemano el tiempo dedicado a la lectura de estas líneas.
Siempre suya,
Laura
PD: Espero recibir las noticias de usted en breve; no dude que las esperaré impaciente, señor.