Tengo que confesar que ha sido la primera vez que te he visto llorar por alguien que no soy yo y, desde fuera, he sentido la impotencia de no poder consolarte, de saber que esta vez no está en mi mano recomponer tus trozos esparcidos diciéndote que te quiero (¿aún te quiero?) y que siempre lo voy a hacer. Te hubiera llenado la cara de besos (la barbilla, la frente, los ojos). Te hubiese acariciado hasta quedarte dormido, con sólo un dedo, como antes. Te habría secado las lágrimas con el pañuelo de mis manos. Y quizás después hubiese implorado las sobras del cariño que ahora regalas a otra persona, estática frente a ti, con la mirada baja y la ilusión más aún. Pero, ¿qué sentido tendría haberlo hecho?
domingo, 25 de noviembre de 2007
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