viernes, 16 de mayo de 2008

EN LA OSCURIDAD DEL BESO

Cada día, de camino hacia su nuevo trabajo, se cruzaba con el mismo hombre de traje y corbata y, al pasar, el olor de aquel desconocido le recordaba al chico al que tanto anhelaba ver, ese que la llamaba todos los días pero que extrañamente nunca hacía un hueco para verla. El mismo perfume, pensó. Pasaron los meses. En febrero, contuvo la respiración para evitar la punzada de la evocación de lo imposible; en marzo inhaló cuanto pudo la esencia de pasos y de prisas en busca de la persona deseada; en abril, el olor del perfume del hombre de traje y corbata se mezcló con el de la lluvia que tanto había tardado en llegar.
Una noche de mayo, topó con el chico de sus anhelos en uno de los bares de moda de la ciudad. Fue en un minuto inminente. El corazón se le escapó por la boca al reencuentro de la sonrisa, los gestos y las caricias soñados. Fue entonces cuando él decidió besarla. Un momento elástico. Mientras él (¡el chico de sus anhelos!) se acercaba lentamente, ella cerró los ojos. Entonces, el roce de su cuerpo, la dureza de sus hombros al ser rodeados por unos brazos temblorosos, la humedad de sus labios. Ella se creyó en la cima de una montaña, a miles de metros de altura, con el mundo a sus pies. Pero, entonces, la parálisis. Fue un instante fulminante. Un escalofrío la sobrevino y recorrió todo su cuerpo al percibir... al percibir el olor y recordar... recordar al hombre; el hombre de traje y corbata, en la oscuridad del beso.

domingo, 4 de mayo de 2008

ESCISIÓN Y RENCUENTRO

Como quien anda por la calle embebido en sus pensamientos y, de repente, nota el aire removido por alguien que camina en dirección contraria, y degusta su olor, y se gira para verle marchar, sin perder un paso, impasible ante la pérdida de lo fugaz, inamovible ante la marcha del olor que momentáneamente fue suyo, el olor que lo despertó al mundo y le acarició el ser. Impasible. Inamovible. Indiferente. Así, me dejaste pasar.
Y lo inaudito no es que lo hicieras (aun teniendo en cuenta tu soliloquio acerca de lo que cuesta encontrar personas especiales en la vida, esas que te alegran la existencia con la suya propia provocándote una sonrisa en cualquier momento del día al pensarlas), claro que no, faltaría más. Lo inadmisible es que yo también lo hice. Dejarme pasar a mí misma, a una parte de mí. Escindirme en dos. Dolorosamente. Contradictoriamente. Para caminar, para avanzar, por necesidad, sin ti, por un lado. Para esperarte, por si no te había dado tiempo pero querías venir, por no perderte del todo, por el otro. Y el lado rezagado tuvo que correr, cabizbajo y abatido por la desilusión, para alcanzar al otro. El primero lo acogió de una forma maternal, amorosamente, porque siempre esperó su llegada. Y volvió la unicidad. Tras romper la escisión -la mía propia-, esa que inadmisiblemente me vinculaba a ti.
Y, después, la tristeza, el vacío, la calma, el mar...

UNA HISTORIA DE ONDAS

Sabía que lo único que la aferraba a él era su espera y, ahora que todo había acabado, penaba por la certeza de que todas las cosas que había imaginado para ellos -películas, helados, playas y adoquines- ya nunca se vivirían. Pesaba el recuerdo de aquellas calles que nunca los vieron pasar; el recuerdo de tantas horas que no fueron suyas. Entre ellos, sólo la voz. Fue la suya una historia de ondas sonoras que encontraban su razón de ser a las 22:30h aproximadamente, todos los días de la semana. Y, ahora, el silencio le sobrevenía como un monstruo seco. Para ella, sus palabras, la cadencia de su expresión desenfadada, no podían ser sustituídas por nada. En vano intentaba mitigar su desazón devorando versos encuadernados en tapa dura, buscando respuestas a preguntas nunca antes formuladas; en vano dejaba que él aflorase a la superficie de la memoria de sus mañanas de puente, tan cerca del mar, para hacerlo volar con la Tramuntana. Sólo en vano...