¿Soledad? Soledad no es unicidad, puede ser multitud. Multitud de miradas, multitud de sonrisas, multitud de manos tendidas que, no obstante, no se reconocen como legítimas. Quizás sea ése el epicentro del temblor.
Temblor. La soledad en el extremo: el ausentarse de uno mismo. Sentarse en los bordes de un gran cero, de espaldas al exterior, balancearse y soltar las manos, esperando caer en el agujero negro que quizás, paradójicamente, conduzca a algún sitio. Pero no llegar a caer. Y girar la cabeza.
En medio del temblor, alguien pronuncia... ¿mi nombre?. En medio del temblor. No reconozco de quién son esos pasos, ni esa voz. Pero pido que repita mi nombre, que lo grite. Los nombres tienen el poder de invocar aquello a lo que se refieren, de hacerlo presente. Repite mi nombre, grítalo, invócame. Tal vez así yo vuelva a ser yo, llena de mí misma a través de mis cinco letras pronunciadas por tus labios. Tal vez así remita el temblor.