domingo, 2 de diciembre de 2007

TÚ SIN TU HALO DE SEMIDIÓS

Una lástima que hayas bajado del altar que yo misma construí para ti con mis manos, no hace tanto tiempo. En él, sólo quedan los restos de mis ofrendas: flores que te traje del campo ahora secas, vestigios de frutas que en su día resplandecían apetitosas y palabras abandonadas por sus significados que yacen atrapadas en papel mojado. Despojado de tu halo de semidiós, me miras desde el sofá, con un gesto cuyo significado no acierto a descifrar. Me pregunto qué sentido tiene estar aquí esta tarde; qué voy a hacer ahora que ya no te adoro. Sigues mirándome desde tu postura aparentemente relajada, el gesto indescifrado convertido en una mueca casi ridícula, y te sientes -te siento- más humano que nunca, infinita e ínfimamente humano, como debieron de sentirse Adán y Eva tras la expulsión del paraíso, al notar el frío en sus cuerpos, antes de buscar con qué cubrirse.