jueves, 27 de marzo de 2008

VIENTO

Es cierto, corren vientos huracanados últimamente. Los más ociosos hablan sobre el tema, reproduciendo en su cháchara la información del telediario y resaltando los daños producidos en ventanas, toldos y otros elementos del mobiliario urbano; otros asisten impasibles al vuelo de hojas, bolsas y papeles que lleva el vendaval tras de sí como equipaje en su viaje veloz; los más ocupados caminan embebidos en sus pensamientos de quehaceres importantes -o no- sin reparar ni siquiera en el porqué de subirse el abrigo hasta los ojos. El viento, una manta que se extiende por encima de nuestras cabezas y nuestras casas.
Sin embargo, nada se dice del poder agitador que ejerce este aire impetuoso en las conciencias de la gente. Quizás nadie se haya dado cuenta todavía o tal vez cada cual ande intentando reordenar las ideas, sentimientos y deseos propios y estemos todos muy ocupados para hablar del tema. De una forma o de otra, el viento se nos ha entrado por las bocas y nos ha desordenado las mentes; eso es un hecho.

Uno de los desperfectos producidos es una sensación de inestabilidad -provocada por las corrientes internas de aire-, acompañada de una lucha interna entre la nostalgia y la euforia, potentes señoras que se reparten las victorias y derrotas a partes iguales, mareando al personal. No obstante, lo que más inquieta a los afectados es el despertar de pasiones antiguas que yacían posadas en el fondo del cerebro, cubiertas por una película impermeable de polvo del tiempo que, obviamente, ha sido levantado. Ante el caos producido, los ciudadanos intentamos reordenarnos a nosotros mismos por dentro mientras, por fuera, el viento nos despeina -o nos peina-, nos levanta el abrigo por detrás y nos obliga a achinar los ojos, bajo la amenaza de proyectarnos cualquier cosa voladora o no en uno de ellos.

Seguramente con el paso de los días las cosas se calmen y vuelvan a su estado anterior. Con un poco de suerte en la primavera incipiente crecerán flores sobre las pasiones antiguas, posadas otra vez al final del vaso que es la mente, y acabemos por olvidarlas casi del todo -sabemos que es lo mejor, aunque ahora nos da algo de pena pensarlo por culpa de la nostalgia, soberana del momento- pero hay que tener claro que nunca nunca estaremos a salvo del viento, que se reserva el derecho de volver en cualquier momento para agitar esa parte nuestra que con tanto esfuerzo hemos conseguido calmar.

SOBRE ILUSIONES Y REALIDADES -un don Quijote cualquiera-

Estaba en el lugar y el momento acordados. Mientras se retocaba la sombra de ojos en el espejo retrovisor, se vio a sí misma como una especie de don Quijote recobrando la cordura, vacilando entre la realidad que acabaría por aplastarla (lo presentía) y un idealismo que le producía un sentimiento de melancolía y que, como tal, no tardaría en desmoronarse. La vida moderna no está preparada para ilusiones de tal embergadura, pensó. (La unicidad absoluta hondea por bandera, secundada por nuevas promociones de pisos de 30m2 y una epidemia galopante de miedo al compromiso).
Sí, realmente se sentía un don Quijote diminuto al constatar que tal vez hubiese esperado algo, aunque cabe subrayar que fue sin darse cuenta, no vayamos a interpretar lo que no es. ¡Ella -¡prototipo de mujer del siglo XXI!- ilusionándose con alguien! ¡En qué estaría pensando! E, ipso facto, la ridiculez hizo que le temblaran las piernas... Miró el reloj: la hora convenida. A punto estuvo de arrancar y perderse entre las calles, alejándose de aquel lugar, de aquella hora y de... sí, de él y hasta de sí misma. Pero no pudo y volvió a mirarse al espejo, escudriñando en su imagen para escarbar en su alma y ver qué narices le estaba pasando.

Intentaba meditar sobre el porqué de su perseverancia al decidir seguir con la historia. ¿Acaso no sería mejor acabar con todo ya? Pensó que, como mínimo, sería más fácil, pero no consideró que éste fuese un buen argumento para disuadirla: no era ella de las que tiran la toalla en el primer minuto. Sabía que si estuviese enamorada saldría corriendo como alma que lleva el diablo y sabía también que si ese chico no le importase lo más mínimo ni se le hubiese pasado por la cabeza estar allí esa noche, así que se quedó conforme con su postura de duda indescifrable. En realidad ni ella misma sabía lo que sentía (tal vez no se atrevía a saberlo); por eso se quedaba, eso era. Se hacía tarde. Se retocó el pelo, cogió el bolso y salió del coche, respirando hondo.

En la calle, sólo el ruido del viento de la noche y el de sus tacones galopando en el asfalto. Don Quijote, valeroso caballero, se dirije sin saberlo al campo de batalla en su lucha por el eterno -a pesar de que parezca obsoleto en esta vida moderna- ideal del amor, arriesgándose a sucumbir ante la realidad implacable y apostando firmemente por un cambio en el final de la historia, aunque sólo sea por esta vez, la suya...

jueves, 13 de marzo de 2008

SONREÍR POR DENTRO

Sonrío por dentro: una enorme boca interior con sus enormes labios y sus enormes dientes se estira en el laxo gesto de la risa y, con ella, me ensancho yo misma en mi adentro, rebosando por encima de mis propios límites corpóreos, esparciéndome por el aire que me envuelve en un aura de carcajada de alma que nadie oye, pero que todos sienten. Magnífica satisfacción la del sentirse útil y realizado, la del tener amigos a quienes admirar, la del saberse admirable también aunque sólo sea por la nimiedad de saber sonreír por dentro...

domingo, 9 de marzo de 2008

UN SUEÑO SOÑABA ANOCHE...

"Un sueño soñaba anoche,
soñito del alma mía,
soñaba con mis amores,
que en mis brazos los tenía."
Romance tradicional

Ayer te soñé, mi niña y, a pesar de no poder recordar tus facciones ni tu pelo, recuerdo que tu existencia sola lo anegó todo; el aire se volvió luz, de una luminosidad caliente, húmeda y nutriente como debe de ser la leche materna, y su calor nos acunó a las dos hasta dormirnos cerquita. Y no necesitaba nada más si estabas tú. Tú, idea misma del Amor que todo lo puede y todo lo alcanza eternizándose en el tiempo, hecha carne. Y yo hubiera gastado mi vida entera en protegerte y en abrigarte y tú me hubieses recompensado, sin querer, con el inabarcable infinito contenido en una sonrisa. Eras tan grande, mi niña, para ser tan pequeña. Y no me hacía falta nada más; tú sola bastas.


Mi felicidad se extendió más allá del sueño, en la vigilia. Y la rebelación llegó en el momento apropiado: si el Amor y la Felicidad pueden sentirse en sueños y de una manera tan sublime y a la vez tan real es porque existen. Y seguramente estén esperando en algún recodo del camino...

jueves, 6 de marzo de 2008

LA ESPERA. MARGOT.

Las once menos diez. Margot espera, impaciente. Con los brazos cruzados, se inclina hacia la derecha. Ya no sabe cómo ponerse, y se sorprende de que con el rato que hace que está sentada en esa silla, sea ahora cuando se dé cuenta de lo incómoda que es. La gente entra y sale del local tras consumir la bebida de rigor, y la música se ve atenuada por un torbellino de pasos mezclados con carcajadas estudiadas y aleteos de chaquetas.
Las once menos tres minutos. Quizá debiera haberse puesto el jersey negro y no el rojo, piensa, sí, ahora lo ve claro. Se está viendo reflejada en el espejo del fondo y cree que el negro hubiese resaltado el azul de sus ojos. Esos ojos enigmáticos, misteriosos, tan claros que muestran un fondo tan profundo como oscuro. Le divierte pensar que en eso coinciden todas sus conquistas amorosas, en lo indescifrable de su mirada. De pronto, recuerda que esta mañana se vio unas arrugas junto al rabillo del ojo y cree conveniente cambiar de pensamiento, así que vuelve a mirar el reloj. Son las once y doce.
El hielo se ha deshecho hace rato dentro de su copa, y Margot está cansada de esperar. Esperar... En realidad no espera a alguien en concreto, ni siquiera ha quedado con nadie. Simplemente, hace tiempo que nota que le falta algo que no sabe bien bien qué es y espera encontrarlo, aunque ha tenido la lucidez de no marcarse un límite de tiempo. Se mira en el espejo, y éste le devuelve su imagen. Se pregunta si la imagen que se ve desde fuera es ella, Margot, o ella-y-su-espera, y la asalta la pregunta de si somos lo que esperamos. Quizás debiera haber tomado un par de copas menos, o más, musita entre dientes. Porque Margot espera en el trabajo, en el ascensor, en el autobús, en la cocina de su casa... Espera por costumbre, por hábito, y ahora mismo no recuerda si en realidad espera algo o no. Mientras, el tiempo pasa.
Las once y veinte. Margot se niega a ser su propia espera. Se levanta, rebibe el cambio con una sonrisa estudiada, se pone el abrigo elevándolo en un aleteo y sale por la puerta, con un torbellino de pasos apresurados. Porque son las once y media. Y todos somos Margot.

domingo, 2 de marzo de 2008

SOMOS LUZ (a Carol, Judith y Nuria)

Paseamos por la luna clavando los tacones, recogiendo estrellas con que adornarnos el pelo las unas a las otras, entre risas y confesiones susurradas. Un aire cósmico acaricia nuestras mejillas y os miro, orgullosa de estar tan cerca de vosotras, mientras encogéis la expresión del rostro, retando al suave frío lunar. Nunca pensé que llegásemos tan lejos, pero aquí estamos todas, en la luna, con nuestros cestos llenos de estrellas. Yo os colocaré las más bonitas enredadas en vuestros cabellos de ángeles, sí, como agradecimiento por haber recogido mis pedazos en algunas ocasiones y haberme recompuesto con ese cariño que solo vosotras sabéis regalar -con manos firmes y amorosas, con regazos hospitalarios, con miradas cómplices y sonrisas de astro-. Me acerco, veréis qué guapas, y veo que a vuestro lado ensombrecen las estrellas de mi cesto. Nos miramos todas, pasmadas, y nos reímos, ¡qué cabeza la nuestra! A veces se nos olvida, pero somos luz.