Las once menos diez. Margot espera, impaciente. Con los brazos cruzados, se inclina hacia la derecha. Ya no sabe cómo ponerse, y se sorprende de que con el rato que hace que está sentada en esa silla, sea ahora cuando se dé cuenta de lo incómoda que es. La gente entra y sale del local tras consumir la bebida de rigor, y la música se ve atenuada por un torbellino de pasos mezclados con carcajadas estudiadas y aleteos de chaquetas.
Las once menos tres minutos. Quizá debiera haberse puesto el jersey negro y no el rojo, piensa, sí, ahora lo ve claro. Se está viendo reflejada en el espejo del fondo y cree que el negro hubiese resaltado el azul de sus ojos. Esos ojos enigmáticos, misteriosos, tan claros que muestran un fondo tan profundo como oscuro. Le divierte pensar que en eso coinciden todas sus conquistas amorosas, en lo indescifrable de su mirada. De pronto, recuerda que esta mañana se vio unas arrugas junto al rabillo del ojo y cree conveniente cambiar de pensamiento, así que vuelve a mirar el reloj. Son las once y doce.
El hielo se ha deshecho hace rato dentro de su copa, y Margot está cansada de esperar. Esperar... En realidad no espera a alguien en concreto, ni siquiera ha quedado con nadie. Simplemente, hace tiempo que nota que le falta algo que no sabe bien bien qué es y espera encontrarlo, aunque ha tenido la lucidez de no marcarse un límite de tiempo. Se mira en el espejo, y éste le devuelve su imagen. Se pregunta si la imagen que se ve desde fuera es ella, Margot, o ella-y-su-espera, y la asalta la pregunta de si somos lo que esperamos. Quizás debiera haber tomado un par de copas menos, o más, musita entre dientes. Porque Margot espera en el trabajo, en el ascensor, en el autobús, en la cocina de su casa... Espera por costumbre, por hábito, y ahora mismo no recuerda si en realidad espera algo o no. Mientras, el tiempo pasa.
Las once y veinte. Margot se niega a ser su propia espera. Se levanta, rebibe el cambio con una sonrisa estudiada, se pone el abrigo elevándolo en un aleteo y sale por la puerta, con un torbellino de pasos apresurados. Porque son las once y media. Y todos somos Margot.
1 comentario:
hola, pase por aqui porque estaba reuniendo un album llamado Margot en la pintura, y me encontre con tu blog...No me he presentado, me llamo..Margot, ya se que dices que Margot somos todos y quizas sea por eso que me siento tan identificada con lo dices de ella, esa historia que describes es mi historia, como la sabes? ;)...encantada de leerte, mil gracias
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