Nuestra anatomía enredada y confusa, como las torcidas raíces de un árbol milenario, se clava en la tierra fértil del colchón de muelles donde yacemos, inmóviles. Lejos del día, en la antesala del sueño, cerrados los ojos, me estremezco al percibir la confusión noctámbula del no saber exactamente dónde empiezo yo y dónde terminas tú. Me sobresalto y decido cambiar de postura para devolverme la conciencia de mí misma. Tú te mueves, perezoso, y te adaptas de nuevo a las formas del contorno; un brazo por aquí, una pierna por allá. Y tus sueños se ofrecen en la noche como los frutos apetecibles de nuestro árbol, mientras yo pienso en la tristeza que hoy hemos desterrado, la de la cama fría y la de los excedentes de un amor desaprovechado, jugando a cuidarnos un poco. Y sonrío por dentro mientras te oigo respirar, porque no me dejas dormir y porque estamos aquí, después de todo, otra vez, quién lo hubiera dicho. Pasan los minutos y nos acomodamos a la nueva posición. Será mejor tratar de dormir... Y otra vez en la antesala del sueño, y nuestra anatomía enredada y confusa en el reposo majestuoso e imperturbable de unas raíces de árbol milenario.
domingo, 1 de junio de 2008
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