Es cierto, corren vientos huracanados últimamente. Los más ociosos hablan sobre el tema, reproduciendo en su cháchara la información del telediario y resaltando los daños producidos en ventanas, toldos y otros elementos del mobiliario urbano; otros asisten impasibles al vuelo de hojas, bolsas y papeles que lleva el vendaval tras de sí como equipaje en su viaje veloz; los más ocupados caminan embebidos en sus pensamientos de quehaceres importantes -o no- sin reparar ni siquiera en el porqué de subirse el abrigo hasta los ojos. El viento, una manta que se extiende por encima de nuestras cabezas y nuestras casas.
Sin embargo, nada se dice del poder agitador que ejerce este aire impetuoso en las conciencias de la gente. Quizás nadie se haya dado cuenta todavía o tal vez cada cual ande intentando reordenar las ideas, sentimientos y deseos propios y estemos todos muy ocupados para hablar del tema. De una forma o de otra, el viento se nos ha entrado por las bocas y nos ha desordenado las mentes; eso es un hecho.
Uno de los desperfectos producidos es una sensación de inestabilidad -provocada por las corrientes internas de aire-, acompañada de una lucha interna entre la nostalgia y la euforia, potentes señoras que se reparten las victorias y derrotas a partes iguales, mareando al personal. No obstante, lo que más inquieta a los afectados es el despertar de pasiones antiguas que yacían posadas en el fondo del cerebro, cubiertas por una película impermeable de polvo del tiempo que, obviamente, ha sido levantado. Ante el caos producido, los ciudadanos intentamos reordenarnos a nosotros mismos por dentro mientras, por fuera, el viento nos despeina -o nos peina-, nos levanta el abrigo por detrás y nos obliga a achinar los ojos, bajo la amenaza de proyectarnos cualquier cosa voladora o no en uno de ellos.
Seguramente con el paso de los días las cosas se calmen y vuelvan a su estado anterior. Con un poco de suerte en la primavera incipiente crecerán flores sobre las pasiones antiguas, posadas otra vez al final del vaso que es la mente, y acabemos por olvidarlas casi del todo -sabemos que es lo mejor, aunque ahora nos da algo de pena pensarlo por culpa de la nostalgia, soberana del momento- pero hay que tener claro que nunca nunca estaremos a salvo del viento, que se reserva el derecho de volver en cualquier momento para agitar esa parte nuestra que con tanto esfuerzo hemos conseguido calmar.
1 comentario:
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