lunes, 22 de diciembre de 2008

TÚ. TU FINAL. MIS ORÍGENES.

No creas que has muerto, no. Yo nunca te dejaría morir del todo.

Te recuerdo cada día. Tú y tus hilos. Tus puntillas en sábanas y toallas. Tus colchas en el baúl.


Te recuerdo cada día. Tu mesa puesta para nosotras bajo el calor estival de la sierra. Tu tortilla de patatas.


Te recuerdo cada día. Tu mano izquierda cogida a la baranda, cuesta abajo, y en tu mano derecha una silla para hablar con tus vecinas (compañeras de vida) acariciadas por el frescor de la noche.


Te recuerdo cada día. Tus recuerdos, tus historias, regalados a la hora de la siesta. Y tus ojos humedecidos cada vez que hablabas de él, a pesar del tiempo que llevaba muerto.


Te recuerdo cada día. Tu alegría al compartir tu casa. Tu casa llena de vida otra vez, como en los años de los que te gustaba acordarte.


Te recuerdo cada día. Tus pucheros y tus lágrimas rodando al acercarse la despedida, tal vez por presentir que era la última. Recuerdo prometer volver pronto, tragar saliva y no acercarme a ti, para evitar llorar igual que tú, para no abrazarte y sentirme pequeña en tu regazo.


Te recuerdo cada día. Recuerdo tu cuerpo sin ti, respirando sin ser tú. Tu cuerpo pequeño y tenso. Y acariciarte y notar que eran tus manos las que me daban calor y no al revés, como si primero se hubiera muerto un trozo de mí.


Te recuerdo cada día. Recuerdo tu último suspiro como tú recordabas mis primeros pasos en aquel parque. Me enorgullezco de haber formado parte de tu final casi tanto como de que tú formes parte de mis orígenes y de mí misma. No creas que has muerto del todo; seguirás tocando el mundo a través de mis manos, tan idénticas a las tuyas. Tus manos blancas y finas...


Ya con él, sé feliz y no olvides nunca que todos lo hicimos lo mejor que supimos o pudimos. Hasta siempre, yaya.


martes, 26 de agosto de 2008

DE VUELTA

Volver a casa. A la almohada de plumas añorada -insomne confidente- y a los libros impasibles que, cubiertos de polvo, miran con altivez desde la estantería. Volver a cruzar la puerta que protege una tranquilidad a medias y abrir las ventanas a la tarde y al mundo, de regreso al olor imperceptible de uno mismo, con la maleta llena de algo más que ropa sucia... Volver a casa... Y volver a escribir.

viernes, 27 de junio de 2008

REEMPRENDER EL CAMINO (Sísifo desolado II)

El sol con su calor y su luz te recibe en este día con los brazos abiertos. Lentamente, abres los párpados y mientras tomas consciencia de ti mismo viene a tu cabeza el día de ayer -y el anterior, el anterior, el anterior...-, recordándote que tú eres quien eres tras la suma de todos ellos. Tus cicatrices constatan que no se trata de sueños caprichosos. Y entonces intentas imaginar cosas buenas para los días que faltan, que son muchos. Te levantas con esfuerzo, Sísifo inagotable, te estiras y buscas tu piedra; miras hacia arriba, la cargas a cuestas -ayer creías que pesaba más de lo que en realidad hoy te pesa- y echas a caminar...

jueves, 26 de junio de 2008

VOLVER A TROPEZAR (Sísifo desolado I)

Y sin querer vuelves a tropezar, y tu piedra rueda, rueda, rueda cuesta abajo escapando de la opresión de las manos y, si puede, también de la persecución de los ojos mientras que tú, Sísifo desolado, la observas ya cansado desde arriba y maldices tu torpeza y la ley de la gravedad. Hay días en los que te cuesta volver a empezar y te planteas desistir, pero recaes en tu naturaleza, esa que te empuja hacia el esfuerzo, hacia la lucha constante, y entonces la maldices también. Y maldices la piedra, y a ti mismo, y reniegas de todo. Porque estás harto. Porque notas que los pájaros ya no cantan como antes, el viento no te refresca y el cielo ya no es tan azul. Recuerdas al poeta que escribió "todo es nuevo si se mira con ojos nuevos" y lo maldices también. Y te planteas en vano -como si dependiese de ti- ir a por la piedra y lanzarla bien lejos, por algún acantilado, para perderla para siempre de vista; o simplemente dejarla donde está y no ir a buscarla nunca más. Tanta caída te cansa y odias las cicatrices. Y miras a tu alrededor y ves que estás solo en tu eterna ascensión. Y en tu enfado maldices a los dioses que te castigaron, y lloras en medio de la nada y gritas, a sabiendas de que nadie va a escucharte, solo por la necesidad instintiva de expresar el dolor. Y sigues llorando como hacía tiempo que no llorabas -dicen que llorar es bueno- y, abatido, te acurrucas bajo un árbol en posición fetal -tal vez en busca del consuelo y protección maternos- y te duermes entre sollozos, maldiciendo el día de hoy y también el de mañana, en el que cargarás tu piedra otra vez -lo sabes- y empezarás el camino con una convicción y una fuerza renovadas.

lunes, 2 de junio de 2008

HOY ES DISTINTO -CIAO-

Hoy es distinto, porque percibo tu marcha ya no como algo doloroso, sino como algo apetecible. Hoy quiero que desaparezcas. Ciao. Que te vayas de una forma clara y limpia, pero inexorable. Sin reproches, sin enfados, sin amargura. Que recojas todas tus excusas y te las lleves contigo, que yo ya no las necesito. No olvides tus halagos, tus "mañana" y, por supuesto, tus rabietas. Llévate también tu voz, que ya no dice nada (me pregunto en qué punto tus palabras perdieron su significado, y me cuestiono si acaso alguna vez lo tuvieron), y esa especie de cuento que intentas forjar a tu alrededor y del cual te sientes protagonista.
Lo cierto es que yo quise creer en ti. ¿Por qué ibas a mentirme? Y creí creer en ti. Pero ya no queda nada. No hay nadie al otro lado del teléfono. Y hoy es distinto porque no duele. Hay pequeños detalles en la vida que, a pesar de parecer insignificantes, nos deslumbran por su rotundidad, marcándonos el camino. Y yo, tras percibirlos como un jarro de agua fría, cambio de ruta, elijo otra cosa. ¿Qué exactamente? Bien bien no lo sé, algo que no sea esto. Es lo único que tengo claro. Lo pienso, lo siento, y por eso hoy es distinto. Ciao...

domingo, 1 de junio de 2008

EN LA ANTESALA DEL SUEÑO

Nuestra anatomía enredada y confusa, como las torcidas raíces de un árbol milenario, se clava en la tierra fértil del colchón de muelles donde yacemos, inmóviles. Lejos del día, en la antesala del sueño, cerrados los ojos, me estremezco al percibir la confusión noctámbula del no saber exactamente dónde empiezo yo y dónde terminas tú. Me sobresalto y decido cambiar de postura para devolverme la conciencia de mí misma. Tú te mueves, perezoso, y te adaptas de nuevo a las formas del contorno; un brazo por aquí, una pierna por allá. Y tus sueños se ofrecen en la noche como los frutos apetecibles de nuestro árbol, mientras yo pienso en la tristeza que hoy hemos desterrado, la de la cama fría y la de los excedentes de un amor desaprovechado, jugando a cuidarnos un poco. Y sonrío por dentro mientras te oigo respirar, porque no me dejas dormir y porque estamos aquí, después de todo, otra vez, quién lo hubiera dicho. Pasan los minutos y nos acomodamos a la nueva posición. Será mejor tratar de dormir... Y otra vez en la antesala del sueño, y nuestra anatomía enredada y confusa en el reposo majestuoso e imperturbable de unas raíces de árbol milenario.

viernes, 16 de mayo de 2008

EN LA OSCURIDAD DEL BESO

Cada día, de camino hacia su nuevo trabajo, se cruzaba con el mismo hombre de traje y corbata y, al pasar, el olor de aquel desconocido le recordaba al chico al que tanto anhelaba ver, ese que la llamaba todos los días pero que extrañamente nunca hacía un hueco para verla. El mismo perfume, pensó. Pasaron los meses. En febrero, contuvo la respiración para evitar la punzada de la evocación de lo imposible; en marzo inhaló cuanto pudo la esencia de pasos y de prisas en busca de la persona deseada; en abril, el olor del perfume del hombre de traje y corbata se mezcló con el de la lluvia que tanto había tardado en llegar.
Una noche de mayo, topó con el chico de sus anhelos en uno de los bares de moda de la ciudad. Fue en un minuto inminente. El corazón se le escapó por la boca al reencuentro de la sonrisa, los gestos y las caricias soñados. Fue entonces cuando él decidió besarla. Un momento elástico. Mientras él (¡el chico de sus anhelos!) se acercaba lentamente, ella cerró los ojos. Entonces, el roce de su cuerpo, la dureza de sus hombros al ser rodeados por unos brazos temblorosos, la humedad de sus labios. Ella se creyó en la cima de una montaña, a miles de metros de altura, con el mundo a sus pies. Pero, entonces, la parálisis. Fue un instante fulminante. Un escalofrío la sobrevino y recorrió todo su cuerpo al percibir... al percibir el olor y recordar... recordar al hombre; el hombre de traje y corbata, en la oscuridad del beso.

domingo, 4 de mayo de 2008

ESCISIÓN Y RENCUENTRO

Como quien anda por la calle embebido en sus pensamientos y, de repente, nota el aire removido por alguien que camina en dirección contraria, y degusta su olor, y se gira para verle marchar, sin perder un paso, impasible ante la pérdida de lo fugaz, inamovible ante la marcha del olor que momentáneamente fue suyo, el olor que lo despertó al mundo y le acarició el ser. Impasible. Inamovible. Indiferente. Así, me dejaste pasar.
Y lo inaudito no es que lo hicieras (aun teniendo en cuenta tu soliloquio acerca de lo que cuesta encontrar personas especiales en la vida, esas que te alegran la existencia con la suya propia provocándote una sonrisa en cualquier momento del día al pensarlas), claro que no, faltaría más. Lo inadmisible es que yo también lo hice. Dejarme pasar a mí misma, a una parte de mí. Escindirme en dos. Dolorosamente. Contradictoriamente. Para caminar, para avanzar, por necesidad, sin ti, por un lado. Para esperarte, por si no te había dado tiempo pero querías venir, por no perderte del todo, por el otro. Y el lado rezagado tuvo que correr, cabizbajo y abatido por la desilusión, para alcanzar al otro. El primero lo acogió de una forma maternal, amorosamente, porque siempre esperó su llegada. Y volvió la unicidad. Tras romper la escisión -la mía propia-, esa que inadmisiblemente me vinculaba a ti.
Y, después, la tristeza, el vacío, la calma, el mar...

UNA HISTORIA DE ONDAS

Sabía que lo único que la aferraba a él era su espera y, ahora que todo había acabado, penaba por la certeza de que todas las cosas que había imaginado para ellos -películas, helados, playas y adoquines- ya nunca se vivirían. Pesaba el recuerdo de aquellas calles que nunca los vieron pasar; el recuerdo de tantas horas que no fueron suyas. Entre ellos, sólo la voz. Fue la suya una historia de ondas sonoras que encontraban su razón de ser a las 22:30h aproximadamente, todos los días de la semana. Y, ahora, el silencio le sobrevenía como un monstruo seco. Para ella, sus palabras, la cadencia de su expresión desenfadada, no podían ser sustituídas por nada. En vano intentaba mitigar su desazón devorando versos encuadernados en tapa dura, buscando respuestas a preguntas nunca antes formuladas; en vano dejaba que él aflorase a la superficie de la memoria de sus mañanas de puente, tan cerca del mar, para hacerlo volar con la Tramuntana. Sólo en vano...

jueves, 27 de marzo de 2008

VIENTO

Es cierto, corren vientos huracanados últimamente. Los más ociosos hablan sobre el tema, reproduciendo en su cháchara la información del telediario y resaltando los daños producidos en ventanas, toldos y otros elementos del mobiliario urbano; otros asisten impasibles al vuelo de hojas, bolsas y papeles que lleva el vendaval tras de sí como equipaje en su viaje veloz; los más ocupados caminan embebidos en sus pensamientos de quehaceres importantes -o no- sin reparar ni siquiera en el porqué de subirse el abrigo hasta los ojos. El viento, una manta que se extiende por encima de nuestras cabezas y nuestras casas.
Sin embargo, nada se dice del poder agitador que ejerce este aire impetuoso en las conciencias de la gente. Quizás nadie se haya dado cuenta todavía o tal vez cada cual ande intentando reordenar las ideas, sentimientos y deseos propios y estemos todos muy ocupados para hablar del tema. De una forma o de otra, el viento se nos ha entrado por las bocas y nos ha desordenado las mentes; eso es un hecho.

Uno de los desperfectos producidos es una sensación de inestabilidad -provocada por las corrientes internas de aire-, acompañada de una lucha interna entre la nostalgia y la euforia, potentes señoras que se reparten las victorias y derrotas a partes iguales, mareando al personal. No obstante, lo que más inquieta a los afectados es el despertar de pasiones antiguas que yacían posadas en el fondo del cerebro, cubiertas por una película impermeable de polvo del tiempo que, obviamente, ha sido levantado. Ante el caos producido, los ciudadanos intentamos reordenarnos a nosotros mismos por dentro mientras, por fuera, el viento nos despeina -o nos peina-, nos levanta el abrigo por detrás y nos obliga a achinar los ojos, bajo la amenaza de proyectarnos cualquier cosa voladora o no en uno de ellos.

Seguramente con el paso de los días las cosas se calmen y vuelvan a su estado anterior. Con un poco de suerte en la primavera incipiente crecerán flores sobre las pasiones antiguas, posadas otra vez al final del vaso que es la mente, y acabemos por olvidarlas casi del todo -sabemos que es lo mejor, aunque ahora nos da algo de pena pensarlo por culpa de la nostalgia, soberana del momento- pero hay que tener claro que nunca nunca estaremos a salvo del viento, que se reserva el derecho de volver en cualquier momento para agitar esa parte nuestra que con tanto esfuerzo hemos conseguido calmar.

SOBRE ILUSIONES Y REALIDADES -un don Quijote cualquiera-

Estaba en el lugar y el momento acordados. Mientras se retocaba la sombra de ojos en el espejo retrovisor, se vio a sí misma como una especie de don Quijote recobrando la cordura, vacilando entre la realidad que acabaría por aplastarla (lo presentía) y un idealismo que le producía un sentimiento de melancolía y que, como tal, no tardaría en desmoronarse. La vida moderna no está preparada para ilusiones de tal embergadura, pensó. (La unicidad absoluta hondea por bandera, secundada por nuevas promociones de pisos de 30m2 y una epidemia galopante de miedo al compromiso).
Sí, realmente se sentía un don Quijote diminuto al constatar que tal vez hubiese esperado algo, aunque cabe subrayar que fue sin darse cuenta, no vayamos a interpretar lo que no es. ¡Ella -¡prototipo de mujer del siglo XXI!- ilusionándose con alguien! ¡En qué estaría pensando! E, ipso facto, la ridiculez hizo que le temblaran las piernas... Miró el reloj: la hora convenida. A punto estuvo de arrancar y perderse entre las calles, alejándose de aquel lugar, de aquella hora y de... sí, de él y hasta de sí misma. Pero no pudo y volvió a mirarse al espejo, escudriñando en su imagen para escarbar en su alma y ver qué narices le estaba pasando.

Intentaba meditar sobre el porqué de su perseverancia al decidir seguir con la historia. ¿Acaso no sería mejor acabar con todo ya? Pensó que, como mínimo, sería más fácil, pero no consideró que éste fuese un buen argumento para disuadirla: no era ella de las que tiran la toalla en el primer minuto. Sabía que si estuviese enamorada saldría corriendo como alma que lleva el diablo y sabía también que si ese chico no le importase lo más mínimo ni se le hubiese pasado por la cabeza estar allí esa noche, así que se quedó conforme con su postura de duda indescifrable. En realidad ni ella misma sabía lo que sentía (tal vez no se atrevía a saberlo); por eso se quedaba, eso era. Se hacía tarde. Se retocó el pelo, cogió el bolso y salió del coche, respirando hondo.

En la calle, sólo el ruido del viento de la noche y el de sus tacones galopando en el asfalto. Don Quijote, valeroso caballero, se dirije sin saberlo al campo de batalla en su lucha por el eterno -a pesar de que parezca obsoleto en esta vida moderna- ideal del amor, arriesgándose a sucumbir ante la realidad implacable y apostando firmemente por un cambio en el final de la historia, aunque sólo sea por esta vez, la suya...

jueves, 13 de marzo de 2008

SONREÍR POR DENTRO

Sonrío por dentro: una enorme boca interior con sus enormes labios y sus enormes dientes se estira en el laxo gesto de la risa y, con ella, me ensancho yo misma en mi adentro, rebosando por encima de mis propios límites corpóreos, esparciéndome por el aire que me envuelve en un aura de carcajada de alma que nadie oye, pero que todos sienten. Magnífica satisfacción la del sentirse útil y realizado, la del tener amigos a quienes admirar, la del saberse admirable también aunque sólo sea por la nimiedad de saber sonreír por dentro...

domingo, 9 de marzo de 2008

UN SUEÑO SOÑABA ANOCHE...

"Un sueño soñaba anoche,
soñito del alma mía,
soñaba con mis amores,
que en mis brazos los tenía."
Romance tradicional

Ayer te soñé, mi niña y, a pesar de no poder recordar tus facciones ni tu pelo, recuerdo que tu existencia sola lo anegó todo; el aire se volvió luz, de una luminosidad caliente, húmeda y nutriente como debe de ser la leche materna, y su calor nos acunó a las dos hasta dormirnos cerquita. Y no necesitaba nada más si estabas tú. Tú, idea misma del Amor que todo lo puede y todo lo alcanza eternizándose en el tiempo, hecha carne. Y yo hubiera gastado mi vida entera en protegerte y en abrigarte y tú me hubieses recompensado, sin querer, con el inabarcable infinito contenido en una sonrisa. Eras tan grande, mi niña, para ser tan pequeña. Y no me hacía falta nada más; tú sola bastas.


Mi felicidad se extendió más allá del sueño, en la vigilia. Y la rebelación llegó en el momento apropiado: si el Amor y la Felicidad pueden sentirse en sueños y de una manera tan sublime y a la vez tan real es porque existen. Y seguramente estén esperando en algún recodo del camino...

jueves, 6 de marzo de 2008

LA ESPERA. MARGOT.

Las once menos diez. Margot espera, impaciente. Con los brazos cruzados, se inclina hacia la derecha. Ya no sabe cómo ponerse, y se sorprende de que con el rato que hace que está sentada en esa silla, sea ahora cuando se dé cuenta de lo incómoda que es. La gente entra y sale del local tras consumir la bebida de rigor, y la música se ve atenuada por un torbellino de pasos mezclados con carcajadas estudiadas y aleteos de chaquetas.
Las once menos tres minutos. Quizá debiera haberse puesto el jersey negro y no el rojo, piensa, sí, ahora lo ve claro. Se está viendo reflejada en el espejo del fondo y cree que el negro hubiese resaltado el azul de sus ojos. Esos ojos enigmáticos, misteriosos, tan claros que muestran un fondo tan profundo como oscuro. Le divierte pensar que en eso coinciden todas sus conquistas amorosas, en lo indescifrable de su mirada. De pronto, recuerda que esta mañana se vio unas arrugas junto al rabillo del ojo y cree conveniente cambiar de pensamiento, así que vuelve a mirar el reloj. Son las once y doce.
El hielo se ha deshecho hace rato dentro de su copa, y Margot está cansada de esperar. Esperar... En realidad no espera a alguien en concreto, ni siquiera ha quedado con nadie. Simplemente, hace tiempo que nota que le falta algo que no sabe bien bien qué es y espera encontrarlo, aunque ha tenido la lucidez de no marcarse un límite de tiempo. Se mira en el espejo, y éste le devuelve su imagen. Se pregunta si la imagen que se ve desde fuera es ella, Margot, o ella-y-su-espera, y la asalta la pregunta de si somos lo que esperamos. Quizás debiera haber tomado un par de copas menos, o más, musita entre dientes. Porque Margot espera en el trabajo, en el ascensor, en el autobús, en la cocina de su casa... Espera por costumbre, por hábito, y ahora mismo no recuerda si en realidad espera algo o no. Mientras, el tiempo pasa.
Las once y veinte. Margot se niega a ser su propia espera. Se levanta, rebibe el cambio con una sonrisa estudiada, se pone el abrigo elevándolo en un aleteo y sale por la puerta, con un torbellino de pasos apresurados. Porque son las once y media. Y todos somos Margot.

domingo, 2 de marzo de 2008

SOMOS LUZ (a Carol, Judith y Nuria)

Paseamos por la luna clavando los tacones, recogiendo estrellas con que adornarnos el pelo las unas a las otras, entre risas y confesiones susurradas. Un aire cósmico acaricia nuestras mejillas y os miro, orgullosa de estar tan cerca de vosotras, mientras encogéis la expresión del rostro, retando al suave frío lunar. Nunca pensé que llegásemos tan lejos, pero aquí estamos todas, en la luna, con nuestros cestos llenos de estrellas. Yo os colocaré las más bonitas enredadas en vuestros cabellos de ángeles, sí, como agradecimiento por haber recogido mis pedazos en algunas ocasiones y haberme recompuesto con ese cariño que solo vosotras sabéis regalar -con manos firmes y amorosas, con regazos hospitalarios, con miradas cómplices y sonrisas de astro-. Me acerco, veréis qué guapas, y veo que a vuestro lado ensombrecen las estrellas de mi cesto. Nos miramos todas, pasmadas, y nos reímos, ¡qué cabeza la nuestra! A veces se nos olvida, pero somos luz.

viernes, 29 de febrero de 2008

¿YO? SI YO NO BUSCO NADA...

La cuestión es no estar satisfechos nunca. Si nos hacen demasiado caso, nos agobian y huímos; si nos hacen caso omiso, nos preguntamos por qué, les perseguimos y los que huyen entonces son ellos. Y así van pasando las semanas, los meses, ¿los años? -¡qué horror!- jugando al perro y el gato. Empiezo a estar un poco harta de la situación. Y del monólogo interior que provoca: que si ahora no voy a pensar en nadie, que si me pienso dedicar a mí misma y ya está, que si soy tan independiente que no necesito nada de eso... Pero, ¿hay alguien que se lo crea? ¿Queda algún iluso que crea que está al margen de todo este torrente sentimental que nos arrastra y no nos ahoga de milagro? Por mucho que nos empeñemos en decir, gritar y repetirnos a nosotros mismos y sobre todo a los demás que no buscamos nada, pero nada de nada, la realidad es bien distinta. Claro que buscamos... Es más, rebuscamos y removemos en los montones varoniles que, como en el mercadillo, se ofrecen en discotecas, pubs y otros lugares de ocio, con el objetivo y la ilusión quinceañera de encontrar la pieza perfecta. Pero mucha rana viscosa y asquerosa y poco príncipe. Y, la verdad, pocas ganas de besuquear anfibios para ver si se produce la metamorfosis del cuento.

viernes, 25 de enero de 2008

ESPERA -perseverancia-

Te espero paciente, perseverante: cualquier día llegas. Mientras, juego a adivinarte en las risas distraídas, en los pasos presurosos que se pierden escaleras abajo, en las estelas perfumadas que acompañan a sus dueños o en voces varoniles. Te he buscado por las calles, en los trenes, en los bares... Pero a ti solo se llega a través de ti mismo. Y aún no estás. Por ahora, sólo tu reflejo, que deslumbra, sí, pero es inasible. Brillas en tu destello con distintos nombres, con distintos ojos, distintas manos; tu reflejo frío y hueco como son los reflejos. Tendré que esperarte un poco más, pienso mientras paseo por las calles que tal vez algún día recorramos juntos, y el sol se sumerge en un horizonte de asfalto, recordando que tras él vendrá la noche, el día, la noche. Entre tanto, la paciencia.